¿A quién le hablan los poemas? Juana Bignozzi desliza en una entrevista que los poemas acompañan al que los lee y no a quien los escribe. Hay por supuesto algo de verdad y algo de mentira en esa afirmación como en todas las afirmaciones en torno a la poesía. Lo cierto es que la lectura es tanto compañía silenciosa como la escritura acompaña a aquel que logra sacarse de encima aquello que lo atormentaba. El acto de escribir es la compañía que el poeta busca ¿Los poemas? las sobras de ese proceso.
Hay en el Glitter de los solitarios un poco de esta dicotomía planteada por Juana, un poemario que funciona como una unidad, un libro que no esta hecho de conjuntos de poemas o de secciones que permiten leer salpicado el texto. No podrán los lectores que encaren El glitter jugar al oráculo con este libro porque no hay nada de azaroso en él.
El libro de Marcelo Vera debe leerse en su conjunto y les aseguro que, desde la primera línea, como lectores nos veremos obligados a deslizarnos por ese tobogán de emociones que se nos ofrece para saber dónde termina todo.
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¿A quién le hablan los poemas? Juana Bignozzi desliza en una entrevista que los poemas acompañan al que los lee y no a quien los escribe. Hay por supuesto algo de verdad y algo de mentira en esa afirmación como en todas las afirmaciones en torno a la poesía. Lo cierto es que la lectura es tanto compañía silenciosa como la escritura acompaña a aquel que logra sacarse de encima aquello que lo atormentaba. El acto de escribir es la compañía que el poeta busca ¿Los poemas? las sobras de ese proceso.
Hay en el Glitter de los solitarios un poco de esta dicotomía planteada por Juana, un poemario que funciona como una unidad, un libro que no esta hecho de conjuntos de poemas o de secciones que permiten leer salpicado el texto. No podrán los lectores que encaren El glitter jugar al oráculo con este libro porque no hay nada de azaroso en él.
El libro de Marcelo Vera debe leerse en su conjunto y les aseguro que, desde la primera línea, como lectores nos veremos obligados a deslizarnos por ese tobogán de emociones que se nos ofrece para saber dónde termina todo.